El importante papel del equilibrio de la microbiota en los pacientes con autismo

El eje intestino-cerebro, que está hoy en día en la primera línea de la investigación médica internacional, tiene un rol relevante en los trastornos de conducta y de neurodesarrollo, ya que los problemas intestinales forman parte, en ocasiones, del cuadro clínico de las personas con TEA

Sentir mariposas en el estómago o un nudo en la garganta. Que los nervios nos jueguen una mala pasada y conviertan en urgente la necesidad de ir al baño o que nos quiten el hambre. Que la ansiedad nos lleve a comer más veces y en mayor cantidad. Son muchos los ejemplos cotidianos en los que las personas experimentamos la relación que existe entre lo que sentimos y nuestro estado intestinal. Un concepto que en Medicina tiene un nombre: el eje intestino-cerebro.

Desde hace algunos años, es frecuente escuchar que en nuestras ‘tripas’ tenemos un segundo cerebro, tan importante como el primero porque interactúa con este y porque es responsable de procesos que afectan a nuestro estado de bienestar general. La comunicación entre ambos es un ámbito de investigación que está fascinando a la Medicina moderna y que puede tener la llave de algunas patologías que afectan a un elevado número de personas en el mundo.

Dra. Sari Arponen

La médica Sari Arponen, especialista en Medicina Interna, colaboradora de Nutribiótica y experta en Microbioterapia, explica que en esta relación entre intestino y cerebro el papel de la microbiota es “fundamental”. Asegura que la comunicación que se establece es “compleja” y que en ella intervienen las sustancias que producen las bacterias que habitan en nuestro intestino. Algunos de esos componentes son los neurotransmisores, las citoquinas o los ácidos grasos de cadena corta (SFCA, en sus siglas en inglés), “así como otros metabolitos”. Por ejemplo, la mayor parte de la serotonina del cuerpo tiene un origen intestinal, si bien esta serotonina de origen entérico no pasa al cerebro sino que actúa a nivel local y en otros órganos. A mayores, es fundamental el rol que ejerce el nervio vago, una suerte de ‘autopista’, que señaliza toda esta comunicación y la canaliza.

La microbiota también consigue modular la producción cerebral de algunos neurotransmisores específicos, como la noradrenalina, la dopamina, el glutamato, la serotonina o el GABA (un aminoácido básico para el sistema nervioso central de los mamíferos). Además, se ha relacionado ampliamente y con evidencia científica la alteración de la microbiota con una situación de inflamación de bajo grado del cuerpo, es decir, como una inflamación silenciosa “que puede producir modificaciones en el funcionamiento cerebral”.

La investigación actual se centra en saber hasta qué punto el eje intestino-cerebro tiene responsabilidades en el desarrollo de determinadas patologías y ya hay muchas evidencias científicas neuropsiquiátricos, como la depresión y la ansiedad o trastornos como el autismo.

Los síntomas digestivos de las personas con TEA

Los trastornos del espectro autista (TEA) son un grupo de trastornos del neurodesarrollo que se caracterizan por la alteración de la interacción social y la comunicación de las personas que los padecen, que también suelen tener conductas repetitivas y restrictivas en comparación con un patrón ordinario de comportamiento.

Aunque todavía se sabe poquísimo acerca de los TEA, los datos disponibles actualmente atisban una tendencia al alza de las personas que los sufren. Según indica Arponen, “sobre la prevalencia de TEA actual está hablándose de cifras de 1 de cada 43 niños en EE UU o 1 de cada 28 en Corea del Sur”.

“El desarrollo de un TEA en una persona se ha relacionado con factores genéticos y ambientales, como déficits o excesos nutricionales o con alteraciones del sistema inmune”, asegura la profesional, que también añade un nuevo factor que cada vez está investigándose más: la relación entre la enfermedad y la microbiota y las alteraciones intestinales.

“Hay varios estudios que indican que los niños con TEA tienen desequilibrada la composición de sus bacterias intestinales”, afirma Arponen. A partir de esta situación, llamada en jerga médica disbiosis, se desencadenan una serie de problemas. Primero, la alteración de la microbiota agrede la barrera intestinal, que incluye el epitelio, el moco y el sistema inmunitario de la mucosa. Por consiguiente, se filtran sustancias exógenas de origen alimentario o bacteriano a la sangre. La consecuencia directa de esto es que el organismo comienza a fabricar citoquinas proinflamatorias, afectando al estado de salud general y desencadenando reacciones patológicas.

La importancia de la relación entre las bacterias y el autismo tiene un ‘hilo conductor’, el eje intestino-cerebro, a través del que se establece la comunicación bidireccional entre ambos órganos vitales. En esa comunicación intervienen algunas sustancias producidas por la microbiota, como por ejemplo, el propionato, un ácido graso de cadena corta producido por las Bacteroidetes, que es uno de los diversos tipos de bacterias que más presente está en los pacientes con TEA.

Además, hay algunas cuestiones propias de este trastorno que marcan y diferencian la microbiota de los niños que lo tienen frente a los que son neurotípicos. Por ejemplo, son más propensos a sufrir otitis y por tanto, toman más antibióticos, “lo que finalmente agrede su microbiota”. “También hay estudios que han indicado que el hongo Candida albicans es hasta dos veces más abundante en los niños con TEA, lo que puede generar producción de amonio y otros tóxicos”.

La alimentación y los probióticos, dos grandes aliados

La profesional médica opina que la alimentación es muy importante para corregir la disbiosis intestinal que suelen presentar estos pacientes “y que pueden empeorar sus alteraciones neuroconductuales, así como sus síntomas digestivos”. “Una alimentación antiinflamatoria y prebiótica, evitando alimentos ultraprocesados disbióticos, es muy conveniente”, sugiere Arponen.

Además, existen estudios que se han realizado en animales que han conseguido resultados positivos con el uso de probióticos para reducir la inflamación intestinal. “Realmente, la intervención sería ideal si se realizara ya durante el embarazo, incluso evaluando previamente el estado de la microbiota oral e intestinal materna”, reflexiona la médica.

Los únicos estudios preliminares que se han realizado en humanos han arrojado resultados interesantes con algunas cepas de Lactobacillus acidophilus, Lactobacillus rhamnosus y Bifidobacterium longum. Sin embargo, antes es necesario proceder, según la doctora, “a la eliminación o reducción de los microorganismos que, en exceso, resultan perjudiciales”.

“El futuro de la prevención y el tratamiento incluirá con cada vez mayor presencia la microbiómica y la metabolómica en cualquier alteración del neurodesarrollo, como los TEA. Es esperanzador que se abran nuevas líneas de investigación, para buscar así el beneficio de las personas afectadas”, concluye Arponen.



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