Qué duro es ser transfóbica

Imagen: Gerd Altmann

El “debate” generado en torno a la propuesta de una ley que reconozca derechos básicos para las personas trans ha sacado a la palestra lo más granado del feminismo español, empezando por la presidenta del Partido Feminista, Lidia Falcón, y todas sus seguidoras.

Para muchas de nosotras ha sido un shock descubrir que la sororidad feminista comienza y acaba allí donde hay una vagina genéticamente homologada.

Las que ponían el grito en el cielo porque, según ellas, “la ley trans las trataba de mujeres menstruantes”, usan ahora la menstruación para repartir carneses de hembra a aquellas que sangramos -o lo hemos hecho- con regularidad.

Este shock ha provocado reacciones muy diversas. El título del artículo “El feminismo no puede ser fascista” explicitaba la consternación que muchas hemos sufrido ante este furibundo ataque a las personas transexuales.

Al igual que esa famosa sentencia que reza que una mujer jamás provocaría una guerra  (debe ser que Hilary Clinton, Margaret Tatcher o Codolezza Rice, tienen defectillos ahí abajo), el mito de que las feministas somos toditas de izquierdas ha sido ampliamente difundido desde la propia intelectualidad del movimiento que, en muchos de sus sesudos libros de historia, olvidan que algunas de las mujeres más señaladas, como la líder de las sufragistas inglesas y primera mujer que ocupó un escaño en la Cámara de los Comunes, la vizcodesa Nancy Astor, era una buena señora de derechas, antisemita y admiradora de Hitler.

Como han demostrado también las compañeras transfóbicas, el feminismo puede ser de cualquier ideología.

Igual que a los pobres anarquistas les listaron a los anarcocapitalistas y ahora tienen que pechar con los seguidores de vástago de Milton Friedman, a las feministas nos toca lidiar con una rama excluyente y, además, taimada y farfullera, que lo mismo te escribe un artículo en el que en el párrafo quinto se desmiente el propio titular -en el que se imputa a la ley cualquier disparate-, que se te cuela en la cabecera de la mani feminista para imponer el lema de la marcha, a porrazos si hace falta (democracia directa lo deben llamar).

La cantidad de falsedades, medias verdades y argumentos paupérrimos que hemos tenido que escuchar de las transfóbicas resultan difíciles de digerir. Si por algo debieran ser repudiadas dentro del feminismo no es sólo por su falta de humanidad, sino por su actitud mendaz y falta de respeto a la verdad más elemental, en un debate que debiera, al menos, basarse en argumentos francos y racionales .

Además del  juego limpio, las feministas no transfóbicas contamos con un arma poderosa: estar del lado de los derechos humanos y del respeto a cualquier persona que integre esa humanidad. Este punto de partida ha forzado a las compañeras transfóbicas a criticar la ley con argumentos que van del ridículo a lo deshonesto. Entiéndase por ridículo: argumento que caerá desmentido por la cruda realidad –de ahí que haya que montar un buen pollo antes de que se apruebe la ley y se echen en falta sus cacareados efectos perniciosos-, o desde que te sale un hijo trans o te hagas un amigo/a que los sea, por ejemplo.

Oponerse a que las personas trans puedan decidir libremente su identidad de género es fastidiado. Por ello, las compañeras transfóbicas muestran, por ejemplo, su  preocupación porque un menor pueda cambiar su nombre en el registro civil sin pasar por un trámite médico. Para ellas, resulta obvio que si esta persona se arrepiente, los daños físicos y morales devenidos de una ley que permite poner en tu DNI que te quieres llamar Lola en vez de Alberto, y luego Alberto en vez de Lola, sin el permiso de un profesional de la medicina, son irreversibles.

A partir de ahí los argumentos van mejorando: “el movimiento trans empuja a la pedofilia”, “el lobby trans es una secta mutante”, “los hombres maltratadores se cambiarán de sexo para eludir la ley”, “¡y para poder dar conferencias como mujeres!”, apunta otra transfóbica esclarecida! (todos ellos fácilmente localizables en Internet).

Nivelazo argumentativo.

¿Creen que la cosa no podía mejorar? ¡Qué error! Ahora viene el mejor argumento de todos: “Reconocer que hay mujeres que nacen con pene invisibiliza a las mujeres como categoría”.

Argumento en el que otras feministas sólo encontramos una falta de categoría distinta. La intelectual.

El poderosísimo lobby transgenerista va a acabar con el género femenino, con la lucha feminista y con… . ¿Con el dominio del lobby de Lidia Falcón sobre los otras feminismos? ¿Sobre otras feministas que hemos dejado de ir a las reuniones para no ser vilipendiadas por no comulgar con su ideario fascistoide?

Falcón es una mujer muy inteligente a la que no le importa hacer el ridículo con tal de ganar una guerra en la que lo que se juega va más allá de permitir a las mujeres trans participar en unas reuniones que, hasta ahora, presidía con gran admiración de sus acólitas.

Lidia y sus colegas han establecido que ser regulacionista o partidaria de los vientres de alquiler convierte a cualquier mujer en nominada para la expulsión inmediata de la selección femenina (aunque estés en pleno período y lo puedas documentar convenientemente).

Han sentado como dogma de fe que las putas que exigen poder trabajar en condiciones de dignidad y legalidad son unas descarriadas que no saben que están alienadas por el capitalismo neoliberal heteropatriacal.

Y ¿qué pasa cuándo mujeres con vaginas obtenidas en un quirófano, algunas de ellas dedicadas a la prostitución y todas ellas sospechosas de tolerarla, aparecen por las asambleas feministas a contaminar a las mujeres de recta moralidad que exigen que la mujer no cobre en efectivo por tener relaciones sexuales? Que se empieza a pone en cuestión que sólo las burguesas, que pueden cobrar en especie (matrimonio mediante si hace falta), puedan rentabilizar favores sexuales.

Las mujeres que apoyan la regulación que exigen los colectivos de prostitutas no somos bienvenidas a las reuniones de señoras bien, que son las que saben lo que de verdad necesitan las putas: un trabajo honrado limpiando escaleras o trabajando a destajo para …¡ahh!… ¡¡Para las empresas del capitalismo neoliberal heteropatriacal!!

¡Que te paguen por molerte a trabajar es lo que tienen que hacer estas pendejas que prefieren vivir de su cuerpo a ganarse el pan con el sudor de su frente!”, debían pensar cuando las veían entrar por la puerta.

Pero, ¿quién estableció que hay más dignidad en no poder criar a tus hijos, realizando un trabajo de tarde en el que cobras un salario de miseria, que en hacer de tu capa un sayo si te da la gana?  ¿Quién estableció que es más feminista que una mujer se pierda la infancia de sus hijos o que tenga que ir a Cáritas después del trabajo para alimentar a su familia? ¿Quién estableció que una mujer debe, inexorablemente, preferir una oficina a trabajar en su casa ejerciendo la prostitución?

Las mismas que cada vez que organizan un acto (había puesto debate) abolicionista llevan el testimonio de una víctima de trata, como si la prostitución libremente ejercida (estés de acuerdo o no con ello) fuera lo mismo que te secuestren y te violen varias veces al día.

No seré yo, que pude renunciar a un año sin sueldo cuando nacieron mis dos hijas, la que les diga  a las prostitutas que se manifiestan para  exigir su regulación que deben renunciar a tener un buen salario y a la exigencia de unas buenas condiciones laborales, en nombre de la dignidad burguesa.

Las mujeres que trazan la línea entre lo digno y la indignidad son, casualmente, las mismas feministas que se parten la cara luchando por romper el techo de cristal, en vez de exigiendo un estado del bienestar que garantice a las trabajadoras pobres la verdadera dignidad que puede devolverlas a sus hogares, a sus hijos e, incluso -¡oh peligro!-, a una militancia política que, gracias a la exclusión a la que el sistema aboca a las obreras, ha sido copada por unas señoronas de pro que pueden pagar guarderías o residencias para reunirse a decidir qué es y qué no es feminismo.

Tenemos uno de los peores estados del bienestar de Europa, algo que está directamente relacionado con la desproporcionada carga laboral de las mujeres españolas, que deben suplir con su esfuerzo la ausencia de ayuda en el trabajo, en la casa, con sus mayores y con sus hijos. Pero, este año, la pancarta del 8-M en Callao, de Lidia y sus colegas, pedía, como siempre, la abolición de la prostitución.

Las prioridades están claras. Vergüenza debería darnos a todas.

Cabezazo a cabezazo, muchas transfóbicas emplean todas sus energías en romper el techo de cristal. Sólo como resultado del daño neuronal sobrevenido puede explicarse la falta de pudor de muchas a la hora de olvidar, en sus demandas, a las putas a las que niegan el derecho a cotizar, a las kellys que limpian habitaciones a 2,5 euros, a las camareras que les sirven el cortadito que se toman con sus amigas transfóbicas y que hacen jornadas de 12 horas, muchas veces sin contrato. “¡Qué digna es esta chica!”, deben pensar,  mientras yo pienso que debería llamar a la inexistente inspección de trabajo. La limitación del ascenso laboral no existe como problema en el suelo de tierra batida en el que se desarrolla la inmensa  generalidad de la actividad laboral femenina.

Para las transfóbicas “ni Irene Montero ni Podemos son feministas”. Que me sumen a la lista de excluidas, por favor.

Para mí ellas si lo son, porque el feminismo es un movimiento de mujeres que quieren la igualdad con los hombres. Y ya se sabe que hay hombres de derecha, de izquierda, y hasta que se creen de centro… y también transfóbicos, por supuesto. Pues no nos íbamos a quedar a la zaga…

Dice la lideresa feminista: “Dejé mi piel y mis huesos y ahora se burlan de mi”. Pues sí…  Muy triste la deriva de esta señora que, para defender sus ataques a seres humanos como Elsa, reproduce argumentos de la derecha más rancia cuando dice que “si el rey roba… bastantes servicios nos ha prestado” (sustitúyase aquí por “es una feminista histórica”).

Lidia pudo elegir ser militante. Por gente como ella, con 8 años, Elsa tuvo que comparecer en el Parlamento de Extremadura para pedir que protegieran su derecho a ser feliz. Un derecho que supongo que ahora incluirá una orden de alejamiento de todas las transfóbicas que seguirán llamándola por el nombre que sus padres le pusieron al nacer, para que la “categoría” femenina no desaparezca de la faz de la tierra.

Vistos los ataques de las transfóbicas, jamás pensé que una ley que protegiera el derecho de Elsa a ser feliz fuera tan necesaria, y jamás pensé que los ataques más atroces contra la libertad de las personas vinieran de esta supuesta izquierda feminista.

Finalmente, ni ellas ni ellos –para apoyar la transfobia si son bienvenidos unos varones que, en cualquier otra circunstancia, y según esta corriente feminista, deben abstenerse de opinar-  no se reconocen como transfóbicas/os. Pero, si no les gusta en lo que se han convertido, debieran cambiar su actitud, no el nombre que deviene de la misma.

Si Lidia se extraña de ser la nueva musa de Vox que deje de decir que “los niños nacen con pene y las niñas con vagina”.


S.P.S.
Profesora



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