Leonor Paqué, activista y autora de géneros diversos: «A una sociedad la define su historia»

Leonor Paqué

Afirma Leonor Paqué (Bilbao, 1963) que hay que redefinir la palabra hazaña, que ser es también una aventura, sobre todo bajo determinadas circunstancias. Por eso sus personajes tienen la capacidad de fascinar sin necesidad de contar historias imposibles, porque, como ella misma asegura: «Creo que cada vida, personal e intransferible, merece ser una historia bien contada. Si prestamos atención, si estamos atentas, descubriremos la riqueza de cada existencia».

Siempre te has mostrado convencida de que la memoria histórica que aún hoy muchos hacen por ocultar acabará saliendo a la luz inevitablemente, ¿sigues firme en esa convicción?

Las niñas y niños agredidos por la Iglesia católica somos memoria histórica que trata de silenciarse en este país, como parte de una realidad que pretende ser negada.

Aquellos niños, adultos hoy, somos legión, muchísimos más de los que se contabilizan. Lo que nos hicieron no puede quedar impune. Aunque se pretenda asfixiar, la memoria aflora.

La nuestra, que un día, de modo inesperado, alumbra momentos de gran sufrimiento padecido para explicar actitudes vitales, miedos y recelos.

La memoria es como el agua, buscará los resquicios para manar.

A una sociedad la define su historia. Los niños agredidos sexualmente por el clero, responsable también del encubrimiento, somos parte de ella. Como lo son las personas honestas, también católicas, que se sienten horrorizadas ante hechos tan execrables.

Los jerarcas de esa institución, la Iglesia, que aún hoy nos niega la verdad, se verán obligados a actuar con justicia y reparar el daño que han hecho.

No te debió de resultar sencillo escribir un libro como En sus tibias manos. Y parece que el mundo sigue mirando para otro lado con respecto a los abusos cometidos sobre los niños.

Me recuerdo escribiendo la novela en un lugar mágico: una terraza en nuestra casa de Menorca. Me levantaba muy temprano, antes de que saliese el sol. Encendía la lámpara y a medida que escribía, se iba haciendo de día. Así me sentía. Con cada página era como llevar luz a mi interior.

A veces me echaba a llorar con desconsuelo. Mi pequeña hija, mi hermano, mi sobrino… sabían lo que estaba ocurriendo y me dejaban aliviar mi llanto, en paz.

Lloraba de rabia, de pena, de indignación… Con cada línea escrita, aquella niña de ocho años y yo empezamos a darnos calor y consuelo. Y a reír. Cuando logramos reírnos, comprendí que había salido victoriosa. Admiré la valentía de aquella cría tan lista. Le dije que la quería mucho y que era una niña muy buena. Que no estuviera asustada, porque la iba a cuidar y no iba a dejar que nadie volviera a hacerle daño. La abracé fuerte y sigo haciéndolo hoy.

Creo que la novela lleva al lector a ese deseo de abrazar a cualquier niño, tan vulnerable ante las aberraciones de un adulto depredador. A cuidar y estar atentos, porque su inocencia debe ser algo sagrado.

El mundo está despertando de su letargo frente a esta lacra, porque lo que la Iglesia comete contra niños y niñas se lo hace en realidad a todos, padres de los agredidos, hermanos de los agredidos, hijos de los agredidos, parejas de los agredidos, amigos de los agredidos… Toda una sociedad teñida de ese dolor, que no puede permitirse mirar para otro lado ante tamaña impunidad.

¿Qué ha significado en tu vida y en tu creación artística la figura de tu hermano Diego?

Mi hermano es un artista, músico, actor, productor, con una idea nueva siempre en ebullición, estimulante, que saca lo mejor de mí y me empuja a permanecer activa.

Fue él quien un día me propuso subir a un escenario —yo que jamás he acudido a clase alguna de interpretación—. Me dijo: actúa como eres, y dramatiza tus textos.

Todo un reto cuando nos propusimos hacer la presentación de Esa vida que no es mía en clave de humor. Veníamos de las tristezas de la pandemia y, conscientes de que hacer reír es bastante difícil, logramos el disfrute, la risa, a la vez que el público se sentía interesado por leer la novela.

Para que los demás se diviertan, primero debes hacerlo tú. Guionizar, idear la escenificación, elegir los personajes, el atrezzo… Mi hermano y yo nos encargamos de cada detalle y lo pasamos en grande.

También padecemos tensiones porque somos autogestionados y esa es una tarea ardua para cualquier creador.

Lograr los espacios, las contrataciones, gestionar con la editora, la imprenta, fotógrafo, la distribución, las redes, los blogs y webs… Requiere empeño y dedicación.

Diego y yo siempre nos recordamos la respuesta a qué queremos hacer con nuestras vidas, en qué deseamos emplear nuestras jornadas.

Tengo la suerte de compartir vida con un hermano artista, su genialidad y resistencia al desaliento. Si trabajas junto a alguien como él, incansable en este camino creativo, que procura tales momentos de intensidad, lo que haces es continuar.

Le digo: hermano, ¿sabes cuántas personas tienen la fortuna de tocar el cielo en vida? Nosotros lo hacemos, de alguna manera, con cada una de nuestras creaciones, sea en sus conciertos, con mi literatura, en conferencias, dramatizaciones, charlas o proyectos audiovisuales. Una marmita donde se cuece la poción mágica del arte. Puedo beber de ella a diario, y eso es gracias a mi hermano.

Parecía que una vida digna de ser contada tenía que estar repleta de grandes hazañas y aventuras, pero tus protagonistas demuestran que ser ya es suficiente en determinadas circunstancias.

Ser es una aventura. Creo que cada vida, personal e intransferible, merece ser una historia bien contada. Si prestamos atención, si estamos atentas, descubriremos la riqueza de cada existencia. Los sentimientos son universales, con independencia de las llamadas convencionalmente hazañas o el lugar donde nacemos o por donde transitamos. Habría que redefinir la palabra hazaña. Lograr lo que mis personajes femeninos nos cuentan, con sus intrigas, su oscuridad y sus zozobras, sus triunfos o pasiones, me parece tan electrizante como cualquier novela donde, por ejemplo, haya un muerto en la primera página, o plantee una guerra territorial o una lucha por el poder en los más sofisticados despachos.

¿Qué gran historia te gustaría contar algún día?

La gran historia de la maternidad falsa. Esa falacia colosal que nos inculcaron.  La madre pluscuamperfecta, abnegada, capaz de cualquier renuncia por su prole. En realidad, es la siguiente historia en la que quiero indagar. He de tomarme mi tiempo, porque afecta a los pilares de nuestra sociedad. Remueve y no es sencillo. Quiero escribir como acostumbro: con amor.

¿Qué te gustaría que tu obra le aportase al público?

Disfrute. Una primera sensación de tener literatura entre las manos, cuidada, bien trabajada, de calidad.

Me gusta que se puedan adentrar en mundos poco conocidos, como lo puede ser vivir en cuevas, en nuestro país, en la época contemporánea. Que caminen por los pasillos de un sanatorio del franquismo, siendo niños. Ser otros. Una prostituta o una dama burguesa. Ser un líder o ser viejo. Quiero llevarlos a la cama de un amante seductor o a una aldea perdida conviviendo con sus habitantes.

Me gusta que sientan lo que experimento al tener una buena novela entre las manos: goce, emoción, ganas de saber más, seguir leyendo, dudas, hacerles dudar de sus convicciones, reflexionar, indignarse, reír o apreciar la belleza de lo natural. Sentirse acompañados. Identificarse con otros, lo que nos hace sentir menos solos.

Quiero que puedan franquear una puerta con solo abrir el libro. Que con cada novela quien lee experimente sabiduría. Que ha hecho un viaje. Emocional. Histórico. Humano. Y que comience a sentir nostalgia de los personajes de los que se ha de separar cuando llega a la última página.

Que se hayan convertido en algo suyo y los recuerden, les venga a la cabeza en las más diversas circunstancias de su cotidianidad, porque, de algún modo, esos personajes ya forman parte de él o ella.

Tus novelas son muy diferentes entre sí, pero, si tuvieras que establecer algún punto en común entre ellas, ¿cuál sería?

Lugares geográficos, épocas o atributos físicos de los personajes se perfilan sin una descripción explícita.

Los capítulos o fragmentos nunca son muy extensos.

El ritmo se narra desde tramas valle que ascienden hasta momentos álgidos, impregnado por mi experiencia audiovisual, en televisión.

La conversación interior del personaje se funde con la voz del narrador omnisciente, se desdibuja hasta dejar de percibir una línea entre ambos.

Los momentos no fluyen a la medida del reloj.

Me esmero en las descripciones, pulidas y primorosas, con lenguaje poético. El habla de los personajes queda transcrita tal cual se expresan.

No hay linealidad, y en las páginas late un oleaje que traslada de un espacio o tiempo a otro distinto de modo imperceptible.

Los finales no aparecen como una zanja o muro concluyente, sino que quedan expuestos, abiertos a la decisión o interpretación del lector.

Los personajes femeninos son protagonistas, con herramientas, aún en su postración, que emplean para afrontar una vida a menudo determinada por su condición.

¿Qué consejo le darías a alguien que comienza a escribir?

Pasión por contar. Curiosidad. Mirar los entornos con profundidad, detenerse a observar. Dedicación. Paciencia y perseverancia. Confiar en la maestra escritora que llevas dentro.

Y leer. Escritores de todos los tiempos son la escuela más extraordinaria

 



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