Intervención de Isabel Díaz Ayuso en el acto de homenaje a la Constitución Española

Señoras y señores:

Quiero aprovechar estas palabras para subrayar la defensa de mi Gobierno a nuestra Transición democrática, que fue ejemplar, cuyo éxito es hoy patrimonio de todos los españoles, y que ha dado paso a los 43 años de paz y de modernidad más importantes de la historia de España.

La libertad está en juego. Conviene recordar las palabras de Salvador de Madariaga cuando dice que la libertad es indivisible y la tiranía es contagiosa.

Junto a los que confiamos en nuestra Constitución y deseamos que siga vigente muchos años, están los que han propuesto reformarla; sospecho que los que proponen esta reforma se dividen en tres tipos: los que no parecen ser conscientes del momento en que vivimos; los que parecen no conocer bien la Constitución (de hecho, lo que piden ya está en la Carta Magna); y un tercer grupo formado por los que no tienen buenas intenciones.

De entre estos últimos, los más temibles son los que pretenden dinamitar el orden constitucional por la puerta de atrás.

Para lograrlo, van haciendo su labor de carcoma de las instituciones: expulsan a la Guardia Civil o los símbolos de la Nación de regiones enteras; pactan con los que quieren destruir España; polarizan artificial y constantemente a la sociedad; inventan agravios; atacan la independencia judicial y la dignidad de jueces y magistrados; le faltan el respeto al Rey; destrozan la educación; buscan descapitalizar España… ¿para qué seguir?

De hecho, parece que los socios del Gobierno de la nación no asistirán el lunes a la celebración oficial del Día de la Constitución en el Congreso de los Diputados.

Es incomprensible que el pueblo español tenga que soportar tanta ignominia.

Como lo es también que no se sancionen los ataques a la libertad de expresión de los periodistas en el Parlamento como ha sucedido esta semana. El artículo 20 de nuestra Constitución consagra el derecho a difundir libremente ideas y opiniones que no pueden ser restringidas mediante ningún tipo de censura previa.

Una de las peores trampas ha sido la Ley de la Memoria, llamada “histórica” primero, y “democrática” después. Ahora, además, amenazan con una enmienda que pretende revisar la Ley de Amnistía de 1977.

Que no se engañe nadie: el verdadero objetivo de estas leyes nunca fue Franco sino la Transición; y por eso llevan tiempo intentando demonizar los años que van desde su muerte, en 1975, hasta la aprobación de la Constitución, en 1978. ¿Para qué? Para deslegitimar la propia ley de leyes, y así poder desguazarla.

Por eso hoy me gustaría recordar aquellos años de la Transición, a sus héroes, y por qué nuestra Constitución ha sido tan eficaz y lo será siendo.

Cuando, en 1977, don Enrique Fuentes Quintana pidió la «colaboración responsable de todos los ciudadanos», porque «sin ese esfuerzo y esa colaboración, poco podríamos hacer», les dijo: «Sé, desde luego, que solo puede esperar esa colaboración un Gobierno en el que ustedes confíen como veraz, y que les merezca credibilidad; y sé que esa confianza tendremos que ganarla día a día, con palabras de verdad y con hechos que respondan a esas palabras». Y añadió: «porque entiendo que mi primer deber es el compromiso de la claridad».

Entre las muchas falsedades que se han dicho estos días está la de que «solo con los partidos de izquierdas han ganado los españoles en derechos»: los Pactos de la Moncloa desmienten esto desde el primer momento de la Transición.

Enrique Fuentes Quintana es el primero de los héroes de nuestra Transición a los que me gustaría rendir homenaje hoy, cuando se quieren criminalizar justo aquellos años; años que deberían ser, en cambio, nuestra inspiración; como inspiraron también a tantos otros países del mundo en sus propios procesos democráticos, hay que recordar que estos héroes dieron lo mejor de sí mismos en todos los ámbitos de la sociedad.

En la Iglesia, fue el Cardenal don Vicente Enrique Tarancón, quien se jugó literalmente el tipo (recuerden los más veteranos que a la puerta de la catedral le gritaban los fanáticos: «¡Tarancón, al paredón!», inaugurando con él esa práctica totalitaria que son hoy los “escraches”). Tarancón repetía que «si no hay libertad responsable, no hay persona».

A derecha e izquierda del ámbito político se hizo durante la Transición ese ejercicio de libertad responsable, con buenas dosis de valor; como el que tuvo Felipe González para renunciar al marxismo y apostar por la libertad y la democracia, por el Estado de Derecho. Le acompañaron Enrique Múgica, Nicolás Redondo o Alfonso Guerra en este proceso del PSOE hacia la socialdemocracia, entre 1974 y 1979.

Manuel Fraga, Miguel Roca, Gabriel Cisneros, Pérez Llorca, Herrero de Miñón, Gregorio Peces Barba, Jordi Solé Tura -justo quienes los totalitarios de hoy quieren falsear- son ejemplos de personas que sentaron las bases de la “devolución de España a los españoles”.

¿Qué no le debemos a Adolfo Suárez, quien capitaneó los primeros gobiernos? Se legalizaron todos los partidos, se dio el perdón en una Ley de Amnistía que fue un acto de generosidad, de verdadera memoria histórica, de reconciliación; que permitió a muchos empezar de nuevo.

Solo ETA, que siempre buscó establecer un régimen totalitario a través del terror, despreció la oportunidad: nunca quisieron la democracia, ni la libertad, ni el Estado de Derecho, como tampoco los quieren sus sucesores; por eso Eta mató cobardemente a unas 50 personas antes de la muerte de Franco; pero, fue precisamente durante la Transición y la Democracia, cuando mató a más de 800, hizo exilarse a miles de familias, extorsionó y torturó sin piedad.

Estas cifras terribles demuestran bien a las claras que toda la retórica que hoy nos quieren vender los filo etarras y los que se beneficiaron de sus crímenes, cuando hablan de “conflicto”, “paz”, “sentimientos”, o cuando a la aplicación de la ley la tachan de “venganza” …, no son más que mentiras despreciables:

Una, y otra vez, la misma trampa.

La reconciliación de la Transición, la Constitución de «la España de todos», nos trajo gestos admirables, como el acuerdo de todos los partidos en los Pactos de la Moncloa; o que Tarradellas aceptase el Estado de las Autonomías; que Santiago Carrillo acatase la Constitución y la bandera de España; o el comportamiento de todos los españoles, que fue, de nuevo en palabras de Fuentes Quintana, de «asombrosa responsabilidad».

Aquellos héroes no parecían tan espectaculares como los que imaginamos por las películas, los cómics, o las novelas; a menudo procedían del árido mundo de la ciencia jurídica, como don Torcuato Fernández Miranda, el autor de la impagable fórmula jurídica de la Transición: «De la ley a la ley, pasando por la ley».

Gracias a Fernández Miranda se preservó la necesaria seguridad jurídica, la legitimidad ante las que habían sido las dos Españas, y no hubo un solo día de vacío legal: basta pensar en las terribles consecuencias que ese vacío trajo después durante otros procesos democratizadores fuera de España. De la fórmula genial de Fernández Miranda surge la Ley para la Reforma política, otro cimiento de nuestra Transición.

El Ejército tiene a su gran héroe en el General Gutiérrez Mellado, al que recordamos, anciano y valiente, haciendo frente como nadie a los golpistas en el 23F; pero su papel va más allá. Gracias a él y a otros de sus compañeros, el Ejército se transforma hasta llegar a ser el de todos, una de las instituciones más queridas por los españoles, y uno de los más estimados en el mundo por su humanidad, su buen talante, por ser hombres y mujeres confiables, eficaces.

Esto nos lleva al tercero de mis argumentos: las transformaciones increíbles que la Transición y su partitura, la Constitución de 1978, nos trajeron a todos. Ahora que los totalitarios quieren cambiar la Ley de Seguridad Ciudadana para dificultar el trabajo de la policía, e incluso ponerla en peligro, hay que insistir en que hemos pasado de los temidos “Grises” a la Policía Nacional, a quienes, como ocurre con el Ejército, estimamos, sentimos de todos: están formadas por hombres y mujeres de familias de toda condición, nos fiamos de ellos y los admiramos.

Hoy, entrar a formar parte de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad o de las Fuerzas Armadas es un orgullo y una ilusión para muchos jóvenes en España.

Echemos un vistazo a las imágenes de televisión, las revistas y periódicos de la década de los setenta y ochenta del siglo pasado. Los avances de la sociedad española, en todos los órdenes, han sido espectaculares.

No solo en los niveles de renta; en la integración de la mujer a la vida pública y laboral en igualdad ante la ley; en la universalización de la atención sanitaria, de una calidad inimaginable entonces y que se admira en el mundo; en ser, contra lo que se dice a veces, uno de los países más igualitarios y socialmente integrados del mundo; o en nuestra presencia en las Organizaciones Internacionales.

Es mucho más: se trata de cómo la sociedad ha cambiado, y de los retos que hemos vivido y de cómo la Constitución tenía la respuesta adecuada para ampararnos, protegernos, incluso de los errores de algunos de los que ocupan nuestras instituciones.

Me pregunto: ¿cómo un texto constitucional sigue siendo válido tras unas transformaciones tan profundas? Porque ya estaban ahí los mecanismos, contenidos en ese diseño que fue fruto del consenso y la imaginación de los mejores de varias generaciones de españoles.

Pero me he dejado a dos héroes, a los dos principales, a quienes les debemos el impulso primero y constante, valiente, imaginativo y decidido, que nos trajo la Constitución: el Rey don Juan Carlos y la Reina doña Sofía. Que hoy son magníficamente representados en Su Majestad Felipe VI. La corona ha sido principal defensor y garantía de nuestra Democracia.

Uno de los muchos valores que tiene nuestra Constitución de 1978, que hacen de ella algo excepcional, es que el Rey no intervino en ella, sino que dejó hacer a los constituyentes y aceptó el texto que consensuaron los partidos elegidos democráticamente, y luego ratificado en abrumadora mayoría por el pueblo español.

Desde aquí, mi agradecimiento a los Reyes y el deseo de que se tenga con don Juan Carlos al menos un poco de la generosidad que él siempre nos demostró.

Para salvaguardar la libertad indivisible, y protegernos de la tiranía contagiosa, no basta con rebatir y combatir a los totalitarios; sobre todo, hay que construir el futuro; y esto pasa por rescatar nuestra Historia y nuestro presente de manos del resentimiento.

La aún joven Constitución del 78 ha demostrado con creces su validez, su capacidad para responder a las transformaciones más radicales, su poder de innovación y eficacia.

Por eso la odian los totalitarios; y por eso la estimamos los que amamos la libertad, los dispuestos a trabajar para hacernos cargo de nuestro legado histórico y de nuestro futuro como Nación.

He querido recordar que la calidad de la Constitución demuestra el compromiso de quienes la hicieron: algunos españoles ilustres y la totalidad del pueblo español, en uno de sus mejores momentos. Volvamos nosotros a ejercer, con audacia, imaginación, veracidad y eficacia, en libertad, aquello que se denominó «Asombrosa madurez».

El gobierno de la Comunidad de Madrid, recientemente refrendado con amplia mayoría en las urnas, es un firme defensor de la Constitución, y siempre rendirá respeto a los artífices de la Transición y a la responsabilidad demostrada por la inmensa mayoría del pueblo español.

Señoras y señores:

Viva el rey.

Viva España.

Muchas gracias.


Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid



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