El Centro de Día de Rehabilitación Psicosocial de Majadahonda celebra el Día de la Mujer con un Concurso de Relatos

Desde los recursos de rehabilitación psicosocial de Majadahonda gestionados por Grupo 5, en la última semana se ha llevado a cabo un concurso de relatos por el Día de la Mujer. Os dejamos que podáis disfrutar de los cuatro relatos ganadores:

UN DÍA EN LA VIDA DE MARÍA

El sol caía a plomo. 

María dejó lo que estaba haciendo en el ordenador y se dispuso a darse una ducha. Cuando fue a lavarse el pelo, se dio cuenta de que no quedaba champú. Max lo había acabado y no le había dicho nada, pensó. Últimamente ella tenía que estar al tanto de todo. No se secó el pelo: lo tenía espeso y lacio. No era guapa pero sí atractiva. Se puso el albornoz y retomó el trabajo en el ordenador. 

La editorial para la que trabajaba le había encargado que revisara, ordenara y preparara una serie de textos para su publicación. Era una tarea ardua pero que le gustaba y se le daba bien. 

Ensimismada en lo que estaba haciendo le pareció oír el timbre de la puerta. Abrió, era Clara, su vecina. Se notaba que había llorado. Le dijo que pasara y Clara le contó lo de siempre: su marido, un alto ejecutivo de una multinacional, la maltrataba psicológicamente y ella no le dejaba ir porque no tenía donde ir. Tenía dos niños pequeños, gemelos. 

Llegó Max, se había puesto un traje sastre de Ermenegildo Zegna que le quedaba muy bien. Traía su portátil, su maletín y una bolsa del Burger King. 

Clara se despidió, le insistieron para que se quedara, pero no quiso. Cuando se hubo ido, Max rodeó su cuerpo con el brazo y la besó en los labios. Le había traído un whopper, sabía que le encantaba. Era una persona cariñosa y atenta. Se conocieron cuando fueron de Erasmus a Irlanda y llevaban cinco años juntos. Trabajaba en un medio digital, aunque siempre quiso ser guionista.  

Estaba anocheciendo cuando llegaron Bea y Javi. Habían quedado para ir al cine y después cenar. 

Cuando salieron todavía hacía calor, pero se estaba bien en la calle. La película les gustó y la cena en Casa Lucio donde pidieron sus famosos huevos estrellados con el Rioja de la casa fue el culmen de una excelente velada. Se prometieron repetir en cuanto surgiera la ocasión. 

Por N.M.


Érase una vez una española que se casó en la Embajada de España en La Habana.  

Se fue a vivir con su marido a Guantánamo donde fue muy feliz y tuvo sus tres primeros hijos. 

Era lista, buena y trabajadora, pero se cansaba tremendamente de lavar la ropa. Iba con la colada al río, sumergía las prendas, frotaba con una tabla para arrancar la suciedad, primero con cenizas y luego con jabón, después enjuagaba en el agua y dejaba secar en la orilla. Y así un día tras otro. 

Regresó a España durante la llamada “gripe española” y mientras encontraban acomodo se quedó embarazada de su cuarto hijo. 

Su marido puso una juguetería, lo mismo podría haber puesto una guardería, y ella se dedicó a la crianza. 

Tuvo ocho criaturas en veinte años, por eso y por lo anteriormente dicho, en cuanto pudo se hizo con una lavadora. Estaba entusiasmada, radiante. No paraba de decir que era el mejor invento del s. XX para los hogares. 

Los hijos mayores, aunque aún pequeños, ya echaban una mano en casa cuando salían del colegio y entre unas cosas y otras el tiempo iba pasando. 

Y vino la Guerra Civil española, que repercutiría en una crisis económica y la posguerra, que desencadenó una situación de penuria y crisis social que no tenía fin. 

Durante todo ese tiempo ella tomó las riendas y mantuvo a los suyos a salvo.  

Una anécdota es que, a falta de aceite, cocinaba con manteca y metía prisa a todos para que fuesen a la mesa antes de que se enfriara y se solidificara. 

Era muy buena cocinera. Recuerdo un plato típico de Cuba que preparaba: se llamaba Congrí. Cuando fui a La Habana lo pedí en varios restaurantes y no tenían. 

Era mi abuela Nieves. 

Por N.M. 


ABUELA AL RESCATE

Aquel día Sonia estaba más triste que de costumbre. Así que Delia supo que iba a tener que esforzarse para verla sonreír. Habían vuelto de paseo, y mientras preparaba un chocolate caliente para la merienda, le preguntó directamente.

– ¿Qué te pasa hoy, Sonia? Se te ve muy pensativa. Sonia permaneció callada un momento. Le gustaba mucho pasar tiempo con su abuela. Muchas tardes iba a buscarla a la salida del colegio y daban un buen paseo por el parque cercano, admirando los árboles y las flores, y hablando de mil cosas. Luego pregunto:

– Abuela, ¿Tú tenías amigos y amigas en el colegio?

– AH, así que es eso… Pues no, yo a tu edad no tenía amigos, era una niña larguirucha y desgarbada, y a nadie le gustaba que le vieran conmigo. No me lo decían a la cara, pero me llamaban bicho-palo y cosas así. Pero un día llego al colegio un nuevo profesor de gimnasia y en el programa de curso se incluyó el baloncesto. Jugábamos en los recreos, y contra otros colegios los fines de semana. Empecé a conocer a gente alta como yo, chicos y chicas, y me volví muy popular. Iban pasando los años y el baloncesto era una gran parte de mi vida. Ahora estaba rodeada de gente como yo, con mis gustos, y me parecía mentira lo sola que había crecido. Al final, como ya sabes, me dediqué profesionalmente a ello, y aún hoy entreno a niñas en dos colegios. Fíjate qué pequeña cosa, y que cambio radical… Y lo mismo puede pasarte a ti. Dime, Sonia, ¿A ti que te gusta hacer?

Sonia respondió enseguida:

– Me gusta mucho la música, pero en el colegio no tenemos profesor.

– Bueno, es fácil, diremos a tus padres que te manden por las tardes a una escuela de música y verás.

La niña abrazó a su abuela y le dijo que no podía haber ninguna mejor que elle.

Al cabo de dos meses, parecía otra. Corría más que caminaba y canturreaba todo el tiempo; y aunque ahora veía menos a su abuela, nunca olvidaría la conversación que cambio su vida.                                                                                                                                                                                         Por  V.C.


NO DEJES DE SOÑAR

Había una vez una joven que soñaba con ser futbolista. Se llamaba Victoria y vivía en un barrio de Madrid.

No podía entrar en el Club de Fútbol de la Comunidad de Madrid porque no aceptaban mujeres en el equipo.

Victoria aparcó su sueño y se dedicó a estudiar medicina llegando a ser una gran cirujana en un gran Hospital de Madrid.

Un día, llegó al hospital un famoso futbolista que se había roto la tibia y el peroné en su último partido. Tras la operación, de varias horas, el futbolista quedó tan satisfecho con el resultado que quiso agradecérselo a Victoria de alguna forma y así fue, con la ayuda de este, cómo Victoria logró formar y dirigir un equipo femenino de fútbol para la Liga de la Comunidad de Madrid.

De esta manera, Victoria cumplió su sueño y ayudó a otras mujeres que soñaban con algo inalcanzable para ellas por ser mujer a conseguirlo.

Por Victoria Pérez Bailen



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