«Ogro», de Altea Cantarero: la novela negra manchega está de moda

Eva Fraile
www.lareinalectora.com

Altea Cantarero no es manchega, aunque sus raíces sí están en esa tierra, y, desde luego, es innegable el amor que le profesa a Castilla-La Mancha. Tanto que su Ogro más célebre, primera parte de lo que será una trilogía, se ambienta en la Cuenca de los años 60. Una novela negra con un comienzo espectacular que deja al lector enganchado sin remedio.

Cuenca es un escenario ideal para ambientar una novela. Sus calles y callejuelas evocan una esencia que tiene tanto de mágico como de misterioso, y un ambiente capaz de inspirar al mejor detective, de esos que parecen vivir únicamente afincados entre los rascacielos de cualquier ciudad norteamericana. Es, por tanto, una buenísima noticia para el panorama literario nacional que la alicantina Altea Cantarero haya escogido a la ciudad castellanomanchega como trasfondo de su novela Ogro.

La que será la primera parte de la trilogía Cuentos de viejas tiene un comienzo que deja sin aliento al lector: un aberrante crimen perpetrado en una capilla conquense, en plenos años 60. Cantarero nos lleva de la mano a pasear por las frías y otoñales calles de la ciudad, con un sello personal que me parece la mejor tarjeta de visita que puede ofrecer un escritor.

«Ogro, es mi primera novela, mi primogénita bebé literario —afirma la autora—. Me gusta jugar con las metáforas de gestar y parir, ¡son tan subyugadoras! Ha supuesto una exploración alucinante en tantos aspectos. Ha sido la aurora, claro, el inicio de algo muy grande para mí, ese enrolarme, con todas las connotaciones de aventura, incertidumbre, tierra incógnita, de desarrollar desde habilidades técnicas hasta actitudes de carácter o costumbres nuevas, un desafío en todo, desde lo logístico a lo más inefable del proceso de escribir… En Ogro me he constituido como novelista».

Tras esa puesta en escena, ese retrato de la Cuenca de los 60, ese temor popular por el que la prensa ha bautizado como el Ogro del Júcar, se esconde mucho más, un trasfondo más profundo. Por ejemplo, Cantarero apuesta por personajes llenos de matices, por un elenco potente, más que centrar el foco sobre la vida de uno solo. Ella misma confirma su afán de construir un verdadero escenario lleno de detalles: «Quiero contar más allá. Rescatar, por ejemplo, las voces de niñas y adolescentes que vivieron entonces, testigos privilegiados en el libro, mujeres en ciernes ya con una agencia propia, cada una dentro de sus posibilidades, irreductibles y verdaderas protagonistas de la novela. En la atmósfera opresiva y a la vez conmovedora por momentos de ese internado de niñas, en la Cuenca franquista de mediados de los años 60, veremos cómo se desarrolla una historia a ratos de terror, a ratos de fiera sororidad y tierna camaradería, que desafía algunas de nuestras asunciones sobre la verdad o la lealtad. Destacaría también que Ogro es una novela muy coral, donde es difícil discernir un solo protagonista».

Este atractivo cuento de terror nacido de la imaginación de Altea Cantarero es un soplo de aire fresco para el genero de la novela negra, o quizá sería mejor decir un soplo de aire negro, pues es la sensación que uno tiene cuando se zambulle en esa máquina del tiempo que nos traslada a aquella época de la historia castellanomanchega. Pero, además, la prosa de la alicantina es una auténtica delicia, y es un detalle que, personalmente, creo que se disfruta muy especialmente, porque un léxico cuidado no solo sirve para nutrir de calidad a un libro, sino que también contribuye a dar coherencia y credibilidad a los personajes que lo pueblan. Tampoco escatima en detalles, descripciones o ingenio a la hora ir presentando la escena y los mencionados personajes e ir dándole forma a la historia: por ejemplo, el detalle del carácter sagrado de la fecha en que sucede ese primer asesinato o el escenario de la muerte, así como el simbolismo de cada uno de los elementos, incluida la misma muerta. No obstante, la propia escritora asegura que la idea para escribir esta novela negra surgió de una forma realmente entrañable: «Como suele pasar con las mejores cosas de la vida y las más importantes: escuchando a otras personas amadas, compartiendo la cotidianidad con ellas. En mi caso, sobre todo fueron las historias que mi madre contaba de su infancia y adolescencia, relacionadas con un internado de monjas. Ese fue el origen, pero, en realidad, toda mi infancia: los cuentos, las narraciones de mi familia, oriunda de las zonas donde la novela cobra luz».



Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*