No hay mal que por bien no venga

1ª Parte

Siempre que nos hemos referido a este refrán, ha sido con la intención de encontrar algo positivo en un momento de crisis. Esto nos indica que de una contrariedad siempre se puede recolectar algo bueno. Situaciones que en un principio son negativas pero que, a posteriori, pueden generar resultados positivos. En el caso que nos atañe hoy puede emplearse incluso como una frase de consuelo para prepararse y seguir trabajando para alcanzar el objetivo que se quiere y sin perder el optimismo. Es decir, lo mejor está por venir.

Me refiero a 1ª parte porque, en esta ocasión, el artículo llevará tanta información y explicación que necesitaríamos el triple de espacio para poder detallar lo que se pretende decir. Hablar del medio ambiente, tanto en el siglo pasado como en el que ya llevamos dos décadas, es un tema que realmente preocupa a la humanidad. Y el “mal” que nos ha traído esta “peste del siglo XXI”, si somos conscientes de ello, también nos traerá el “bien”, y quizá el remedio para intentar que nuestro planeta respire y que la naturaleza no tenga que estar a la defensiva de su gran enemigo, el ser humano.

El respiro histórico que nos ha traído la COVID 19 es tal que, poco a poco, hemos ido tomando conciencia del significado que tiene el uso de los combustibles fósiles. Porque energías fósiles, como el petróleo, el gas y el carbón, son los responsables de la mayor producción de CO2 en nuestro planeta.

Si nos remontamos un siglo atrás, podríamos comprobar que las tres crisis más importantes (la llamada Gripe Española, la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial) significaron una disminución importante en las emisiones de CO2 por causa del bajo consumo de los mencionados combustibles. Pero claro, no vamos a comparar el uso que hacíamos de estos combustibles en 1920 al que venimos haciendo en la actualidad. Desde los comienzos de la Revolución Industrial hasta ahora, las sociedades han cambiado mucho su forma de consumir energía. En el siglo XVIII no existían los combustibles fósiles, siendo la principal fuente energética la madera. Fue ya bien entrado el siglo XIX cuando, en Estados Unidos, la Revolución Industrial cobró importancia, comenzándose a utilizar el carbón.

Aunque en Gran Bretaña (país pionero de la industrialización) el consumo del carbón comenzara a incrementarse unas décadas antes. El carbón lideró el crecimiento industrial hasta prácticamente mediados del siglo XX, cuando fue destronado por el petróleo como primera fuente de combustible. Es a partir de la segunda década del siglo XIX, cuando surgió el petróleo y el gas como fuentes energéticas. Estas serían las que alimentasen los nuevos inventos, como el motor de combustión interna, es decir los vehículos a motor y, más adelante, a los aviones. El petróleo creció a partir de entonces y lo hizo mucho más rápido que el gas, hasta convertirse en la fuente de energía más utilizada a mediados del siglo XX.

Sin embargo, fue la Crisis del Petróleo (1973) en la que los países de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) se negaron a exportar sus energías fósiles a los estados que habían apoyado a Israel en la Guerra de Yom Kippur. Pero otra sucesiva crisis, la del 79, también por conflictos bélicos, surgida a raíz de la Revolución Islámica en Irán y el enfrentamiento de este país con Irak, aceleró la aparición de la energía nuclear y el despegue de las energías renovables. Por desgracia, esta iniciativa no se produjo en miras del medio ambiente, sino por lo que hasta hoy en día sigue siendo la moneda de cambio que hace y deshace la economía mundial, el petróleo. Estas nuevas energías aparecen por el deseo de los países occidentales de buscar alternativas que los libren de la dependencia de los países petroleros. Ese sometimiento se sigue arrastrando hasta nuestros días sobrepasando fronteras y gobiernos que, por intereses económicos, se arrodillan ante el PETRÓLEO.

Esta última crisis, la del “coronavirus”, nos ha traído el “mal”, pero, como decíamos al principio, también nos ha traído el “bien”. El mal, por desgracia, todos lo estamos viviendo e incluso muchos padeciendo, pero, como “no hay mal que por bien no venga”, ahí tenemos las cifras de los muchos análisis que se están haciendo. Unos resultados sorprendentes. Estamos viviendo una caída sin precedentes en la emisión de CO2, uno de los principales gases contaminantes producidos por el consumo de combustibles fósiles y que son causa directa del cambio climático.

Todos somos conscientes de las nefastas consecuencias que produce este tipo de combustibles en nuestro medio ambiente, aunque hagamos como el avestruz y escondamos la cabeza bajo tierra para no verlas. No obstante, científicos, investigadores, técnicos, empresas… dedican parte de su tiempo y dinero en busca de una energía sustitutiva. La Agencia de Energía Internacional (EIA) estima que, en lo que llevamos del 2020, el mundo ha usado un 6% menos del petróleo, lo que a su vez lleva a una caída importantísima de las emisiones de CO2. La caída global de la demanda de carbón se ha reducido en un 8%. Con ello, varios análisis del portal especializado Carbon Brief muestran que este año las emisiones de CO2 disminuirán entre un 4% y 8%, lo que representa entre 2.000 y 3.000 millones de toneladas menos de este gas en la atmósfera. Para Fatih Birol, director de la IEA, “esto es un shock histórico para todo el mundo energético”. Los datos son contundentes. La pandemia del coronavirus ha generado la mayor caída en la emisión de CO2 de la que se tenga registro en la historia. ¿La causa? Está muy claro, hay menos aviones en los cielos y menos automóviles circulando en carreteras y poblaciones. El consumo de energía ha bajado y la NASA, confirma que, desde el espacio se observa la disminución de gases contaminantes en la atmósfera. Pero vamos, solo tiene uno que asomarse a la ventana y ver el cielo que nos rodea, para darse cuenta de ello.

El próximo día, hablaremos de esas energías sustitutivas, del famoso “Vertido Cero” y de alguna cosa más y no por ello menos interesante.


Carlos Machado
Periodista



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