La Sagrada Familia de Nazaret

Compartiendo diálogos conmigo mismo

Imagen de Andreas Böhm en Pixabay

(El Señor quiso nacer y crecer en una familia humana; bajo el amparo de la Virgen María como madre y de San José como padre, que lo criaron y educaron con inmenso amor. Su mayor anhelo, como latido en armonioso entendimiento, fue cumplir la voluntad divina, encarnada en la adorable presencia del Niño).

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
corcoba@telefonica.net

Víctor Corcoba

 

I.- DE JESÚS NIÑO; EMANA LA SUBLIME OBEDIENCIA CERTERA

 

El niño Dios como cualquier otro niño,

marchaba sometido a sus progenitores.

Esta sumisión ayuda a sentirse familia,

a crecer como una comunidad de vida,

y a prevalecer como un modelo de luz.

 

Asentarse en el amor del reino divino,

cumplir con el hálito del puro acuerdo,

adherirse a la inocencia de la criatura;

los llevó a gozar de la ternura celeste,

y a reconfortarse en la belleza del ser.

 

Ofrecieron a Jesús una infancia serena,

y una educación sólida y de asistencia.

Envuelto en las caricias por sus padres,

que es lo que físicamente da seguridad,

bajo la custodia de sus ardientes pulsos.

 

II.- DE NAZARET PUEBLO;  VIENE LA REPOBLADA ESPERANZA ANGELICAL

 

De la casa de Nazaret proviene la vida,

de quien es verdad y morada de amor,

referente en gracia y referencia orante,

mutua avenencia y miramiento mutuo,

espíritu de sacrificio, trabajo y entrega.

 

Por el acuerdo omnipotente, roguemos

que los vínculos de la filiación nuestra,

continúen siendo una ofrenda hermosa,

para cada uno de los órganos vivientes,

y una esperanza para todo ser humano.

 

Que el gozo de compartir la existencia,

al sustento de nuestro propio Creador,

que aprendimos de niños, por los labios

de nuestros progenitores, nos impulse

a que el mundo sea un verdadero hogar.

 

III.- DE MARÍA Y JOSÉ; PROCEDE LA BEATÍFICA PASIÓN CONYUGAL

 

El Redentor del mundo, nació del amor.

Tomó la modestia y la sumisión del nido,

contrajo el itinerario en consanguinidad,

se nos brindó junto con María, su Madre;

y José, que simboliza al Padre celestial.

 

Cada belén nos muestra el apego nupcial,

el que nos alienta, alimenta y resguarda,

el que nos vive y nos revive cada aurora,

distintivo de alianza que nos une entre sí,

y nos enlaza hasta embellecernos el alma.

 

Vuelva a nosotros esa efusión doméstica,

hágase albor en nuestro acontecer diario,

para que aprendamos a enmendar sendas,

a conciliar lo que parece irreconciliable,

cuando todo está en quererse y en darse.



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