¿ Por qué seremos como somos?

OPINIÓN

Julio Anguita - Foto: José Luis Roca
Carlos Machado

Siempre tenemos que recordar a las personas después de su muerte, parece como si se tratase de un síntoma fusionado al ser humano.

La muerte de Julio Anguita González, el Califa Rojo como se le denominó y algunos siempre le recordaremos, ha significado, para aquellos que nos tocó vivir la época de la transición, uno de los políticos más queridos y respetados, aunque no se compartiesen sus ideologías políticas.

Maestro de profesión, hijo de militares y licenciado en Historia, se afilió al Partido Comunista de España, entonces en la clandestinidad, en 1972, tres años antes de la muerte de Franco. Sus dos amores, de los que siempre se sintió orgulloso, fueron la enseñanza y la política.

De Julio Anguita se podrían decir tantísimas cosas, que necesitaríamos muchísimo espacio para, tan siquiera, llenar pocas horas de su vida. Orador como pocos hemos conocido. Sus mensajes directos, sin tapujos, de los que se podrían decir tantas cosas y siempre seguiríamos quedándonos cortos. La mirada de este hombre generaba confianza y seguridad. Siempre “colocaba” en ellos, frases lapidarias que se conservarán para la eternidad. Muchas de ellas se me vienen a la memoria, pero me gustaría hoy recordar dos, que no con ello ignorar todas las demás. La primera, quizá fuese una de las que más le identificaban: “Lo único que os pido es que midáis a los políticos por sus hechos… y aunque sea de extrema derecha si es un hombre decente y los otros unos ladrones, votar al de extrema derecha… Votad al honrado y no al ladrón, aunque tenga la hoz y el martillo”. La honradez que siempre le identifico, la intención de diálogo y comprensión fuese de la ideología que fuese, estaba muy por encima de toda doctrina política. La otra frase de la que también quería dejar constancia era similar y, además, identifica por desgracia a la mayoría de nuestros políticos: “El que al perder el coche oficial sienta que ha perdido su vida, es tonto químicamente puro. Un indigente moral y, si se me permite la palabra, un gilipollas”.

Fue en febrero de 1988 cuando se puso al frente como Secretario General del PCE, en tan solo un año consiguió unificar criterios de la izquierda española formando y poniéndose al frente de Izquierda Unida (IU), obteniendo su escaño en el Congreso de los Diputados durante las elecciones de 1989. Elegido también diputado y portavoz del grupo parlamentario de Izquierda Unida, en el Congreso de los Diputados en 1993 y 1996, años en que IU obtuvo sus mejores resultados electorales, en torno al 10 % de los votos.

En aquellos momentos la situación política, aunque ya más estable, todavía tenía los “retoques” de una complicada transición y, aun así, defendió con su teoría de las dos orillas, basada en el establecimiento de diferencias entre, por un lado, el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, y por otro, Izquierda Unida, con intención de sobrepasar al PSOE como fuerza hegemónica de la izquierda en España, afirmando que, los acuerdos con el PSOE debían establecerse bajo acuerdos programáticos concretos y nunca por sistema, basándose en su conocido lema: “programa, programa, programa”.

Tras varios problemas cardiovasculares, a finales de 1999 cedió la candidatura a la Presidencia del Gobierno de las elecciones de 2000 a Francisco Frutos, para más tarde, en octubre del mismo año 2000, en la VI Asamblea de Izquierda Unida, ceder el cargo de coordinador general a Gaspar Llamazares. Su honradez le hizo renunciar, cosa que nadie más ha hecho, al derecho que todos los políticos de este país, tienen al estar más de ocho años como parlamentario, y es, acogerse a la pensión de jubilación como exdiputado.

Tras enterarse de la muerte de su hijo, Julio Anguita Parrado, mientras realizaba labores de corresponsal de guerra en la invasión de Irak, sus palabras fueron muy explicitas: “ha perdido la vida cumpliendo con su obligación como corresponsal de guerra”. “Hace 20 días estuvo conmigo y me dijo que quería ir, a la primera línea”. “Los que han podido leer sus crónicas, saben que era un hombre muy abierto y buen periodista. Ha cumplido con su deber”.

El Califa Rojo no creía en Dios, como bien dijo a sus 74 años: “Estoy en la ancianidad, no creo en Dios en absoluto. Y vivo bien. No me hace falta”. De todos modos, exista o no exista Dios, ojalá se encuentre entre la gente buena, que pueda engrandecer sus pensamientos y, alguno de nosotros aprender de ellos.


Carlos Machado
Periodista



1 Comment

  1. Era un político de verdad, de los q no quedan. Mi frase preferida: Vosotros, clase media q miráis a los de arriba para copiarlos, en el fondo sois clase oprimida como los de abajo. DEP Julio

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